elecciones 28M / Candidata del PSOE a la presidencia del Govern balear

Francina Armengol, una fanática del poder que tiene bajo control a Podemos y Més

Si logra revalidar el cargo, ningún político, ni siquiera Gabriel Cañellas, habrá atesorado en 2027 su asombroso currículum

Ha radicalizado a la militancia del PSIB hasta el punto de que un viejo socialista difícilmente se reconocería en esta marca

Francina Armengol

De revalidarse este 28 de mayo una mayoría de las fuerzas progresistas, ningún político, ni siquiera Gabriel Cañellas, habrá atesorado en 2027 el asombroso currículum político de Francina Armengol en todo lo que llevamos de autonomía desde 1983. Un dato relevante, máxime cuando la candidata socialista no ha dejado de perder una elección tras otra. El curioso éxito de esta farmacéutica de Inca de familia nacionalista es paradójicamente el fracaso de nuestro sistema electoral y de la actual partitocracia que impide la circulación de las élites en los partidos incluso, como el caso que nos ocupa, después de continuos reveses electorales. Un régimen donde ganar las primarias gracias a una militancia agradecida y paniguada resulta más determinante para conseguir el poder que vencer en unas elecciones abiertas entre todos los ciudadanos.

En 1999 Armengol, todavía una joven promesa de la política balear, se estrenó como cabeza de lista en su pueblo natal, sufriendo una humillante derrota frente a Pere Rotger. Sólo obtuvo el 20,5% de los votos frente al 56,9% del inabordable alcalde del PP, que no se cansó de obtener mayorías absolutas hasta retirarse. En 2007 Armengol se presentó como cabeza de cartel al Consell de Mallorca, siendo arrasada por Rosa Estaràs. Pese a cosechar un 30,2% de los votos, ¡el mejor resultado en toda su carrera!, la ahora eurodiputada popular la dejó muy atrás al conseguir un 45,7% de los sufragios. Sin embargo, ironías de la vida, la próxima presidenta del Consell sería Armengol y no Estaràs al comandar la socialista un hexapartito que tenía por objeto desalojar del poder al hegemónico Partido Popular de entonces.

En 2011 Armengol repitió como candidata al Consell de Mallorca en calidad de presidenta vigente de la institución insular, lo que no le impidió cosechar otro varapalo electoral: sólo obtuvo el 23,6% frente a María Salom que la duplicó en votos (46,1%). En 2015, con todo el control del PSIB en sus manos, apostó más alto y se presentó a la presidencia del Govern. Sólo sacó el 19% en la circunscripción de Mallorca donde se presentaba, un fracaso electoral en toda regla que no le impidió sin embargo convertirse en la primera mujer que presidía el Govern balear gracias a sus alianzas con Podemos y los nacionalistas de Més.

Cuatro años más tarde, en 2019, Armengol logró su única victoria electoral hasta el momento con un discreto 27,3% de los votos frente a Gabriel Company (22,2%). El 28 de mayo la candidata socialista, tal como vaticinan todos los sondeos, podría cosechar una nueva derrota electoral y, sin embargo, permanecer de nuevo en el Consolat del Mar cuatro años más. De derrota en derrota hasta la presidencia final.

Armengol no se presenta sólo como la candidata del PSIB al Govern balear, en realidad se presenta como la candidata de lo que ella llama las «fuerzas progresistas» y así lo asumen con total naturalidad y resignación sus aliados podemitas y separatistas, que no tienen otro objetivo que convertirse en su muleta cuatro años más. Además del férreo control que ejerce en su formación, donde su autoridad es indiscutible al no haber dejado ningún herido por el camino, la otra gran habilidad de esta superviviente de la política para no haberle afectado la sucesión de fiascos electorales ha sido compartir con sus aliados extremistas tanto su ideología como la satanización de la derecha a la que siempre castiga sin contemplaciones. Porque Armengol no es una socialdemócrata al uso, si es que todavía queda alguno en España. En un ejercicio de ficción historicista, podría decirse que Armengol ya era sanchista antes de que Sánchez saltara a la palestra.

En efecto, Armengol es el máximo exponente de un partido que a mediados de los noventa decidió apartarse de aquella vocación de partido mayoritario que hasta entonces había tenido el PSOE de Félix Pons, Ramón Aguiló o Andreu Crespí. Esta revolución interna tuvo consecuencias estratégicas e ideológicas. Estratégicas en la medida en que el PSIB no aspiraría nunca más a obtener una mayoría absoluta en solitario pero sí a alcanzar el poder mediante alianzas con fuerzas minoritarias y extremistas. Sólo faltaba satanizar sistemáticamente a la derecha, torpedear todos los puentes con el Partido Popular, aislarlo en el espectro político y acercarse ideológicamente a sus nuevos aliados preferentes, un giro político que no le costó demasiado a una Armengol cuya tradición familiar y militancia juvenil bebía en las fuentes del nacionalismo. El resultado ha sido radicalizar a la militancia del PSIB hasta el punto de que un viejo socialista difícilmente se reconocería en esta marca.

Armengol es una fanática del poder y por lo tanto dura de pelar en la contienda política. En esta precampaña electoral su agenda estaba tan atiborrada que ha llegado a incluir la friolera de treinta actos diarios. Dice «sentir pasión por la política» cuando en realidad la siente por el poder, es decir, por dominar a los demás, de ahí el incuestionable control que ejerce en su partido y su arrolladora ascendencia sobre sus aliados como Més y Podemos a los que ha sumido en la irrelevancia, eso sí, comprándoles su discurso: turismofobia, una apuesta por el decrecimiento económico, ataques a la escuela concertada, mantenimiento del catalán como requisito para ingresar en la función pública (incluso en la sanidad donde la falta de médicos es una asignatura pendiente en Baleares), exclusión del español y blindaje del catalán como única lengua vehicular en la educación, parálisis de las infraestructuras viarias. La realidad es que, programáticamente, el PSIB apenas se distingue de Més y Unidas Podemos, de ahí que ella misma se considere como la líder de las «fuerzas progresistas».

Siempre a la vanguardia de las últimas ocurrencias o interpretaciones de la realidad que salen de los campus de ciencias sociales norteamericanos, la socialista está convencida de que está en el lado correcto de la Historia, de la Modernidad y del Porvenir, a diferencia de esta «derecha» que siempre llega con retraso, que no evoluciona y que no sabe nada de los signos de los tiempos que se llevan.

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